PERO MCLUHAN NO LEYÓ A PELLEGRINI.

Nunca sabremos si fue el amor o la palabra que lo nombra,
pero contemplamos la travesía como un amor provisional.
Tú desde el recuerdo, yo desde la esperanza. Como siempre,
fui un aborigen de la pena y el hambre. Fue tu blusa,
niebla sin piel, como el día corto, enojado y deseante,
como la propia noche leve del asombrado moribundo gris,
la que se acomodó a tus pechos y desató un requiebro,
eludiendo tu sonrisa, y la libertad en precario de la estancia
donde vinieron a reposar nuestras prófugas identidades.
Algo sucedió, desmedido y tosco, la tarde que rozó tu verbo
la serenidad del último beso, la luz que la sal refleja.
Establecimos contornos, distancias, y quedamos frente a frente;
las pasiones obscenas viajaron como agua a la deriva,
temerosas, rebeldes, acopiando aprecios, referentes veladas,
y tu adiós fue tan plano que no volvió, segó el horizonte.
O puede que, de nuevo prójimo, solo fui un atavío invernal.

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